Second Miss Universe

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En la escuela de misses nos enseñaron a agitar el guante de derecha a izquierda con un movimiento grácil y dirigiendo la mirada entre dos cabezas, como viendo pero nublado. Nos enseñaron a rechazar comida con credibilidad, sin mostrar hambre, o comer y vomitar con uno o dos dedos, según el profesor. No era lo único en lo que había divergencia de estilos. Para algunos el taparse la boca debía encubrir una expresión de sorpresa completa mientras que otros pensaban que facilitaba concentrarse sólo en los ojos. Los personajes importantes de los que hablar en las respuestas cambiaban poco, pero había consenso en que la Madre Teresa no seguía siendo una opción. Había angelinistas y anistonistas, pero todos concordaban en que no se debía hablar de ellas. La que a mí me gustaba era Lady Di, pero tampoco me dejaron preparar mi respuesta con ella. Sonreír. Sonreíamos por horas. Primero nos hacían pensar en cosas felices y sonreír. Yo me acordaba en una bicicleta que recibí una vez. Luego nos hacían recordar sólo la sonrisa, sin memoria. O más bien con la memoria de los músculos de la cara. Es impresionante la cantidad de musculos que hay ahí. El risorio, claro, el más importante, pero también el cigomático o mi preferido, el canino. A una compañera la operaron de ese. A mí no, sólo algo de botox en la frente, donde se notaba que estaba pensando porque no entendía. Ahora ya no. Aprendimos muchas cosas, y a veces me sentía más bien como un ninja, un ninja en una escuela especial de ninjas. Eso pensaba cuando me acostaba: que me preparaban para una misión peligrosa, que iba a exponer mi vida y tal vez morir o no y vivir una vida clandestina. Me ponía tapones para las orejas para no oír a mi compañera que se frotaba contra la sábana y pensaba en la misión que tendría. Eso era divertido, e incluso las horas de trote o de depilación laser no estaban tan mal. Pero lo que todas temíamos era ser la segunda: ese momento en que sólo quedan dos y te tomas las manos en gesto de solidaridad, como si fueran sólo dos personas en el fin del mundo, dos personas que subirían a una cápsula espacial para fundar una nueva raza, de sólo piernas largas y cintura de avispa, que nunca tendrían hambre y serían entrenadas como ninjas. A veces practicábamos como tomarnos las manos en ese momento, palpando sólo un poco de ese odio y tratando de retraer las uñas como si gatos dóciles. Yo pensaba, esta es mi misión, si soy la segunda le arranco los ojos.