Aunque tal vez no sea la más cinematográfica de las artes sexuales y, paradojalmente, ni siquiera califique de sexo oral, el hablar sucio puede ser una de las habilidades más útiles de adquirir. Hablar sucio puede convertir un encuentro competamente rutinario en algo inolvidable y a un amante cansado en un titán del ring.
¿Qué cómo es posible tanta maravilla? Literatura, señores, literatura. Eso mismo que hace que la realidad no cambie ni una coma pero la percepción sobre ella bastantes puntos, que cada día pueda ser el mejor/peor de nuestras vidas, y que esa persona vislumbrada en bicicleta la que nos coma el corazón. Literatura, pura literatura. Eso con lo que consideramos al ser humano algo bueno/malo/bendito/una bestia, al mundo un campo de juego/un terreno minado. Esa capacidad para que la vida, que está en otra parte, se de una vuelta por acá.
A no dejarse engañar por el nombre: hablar sucio es un arte delicado. Hablar sucio, palabras que suenan bien juntas, tiene reglas de estilo sutiles y precisas. Se trata más de sacar a pasear a la bestia que liberarla completamente. Con correa ¿ve? con correa y guantes, así, como paseando a un doberman.
Ante todo, la amenaza. Eso que tan bien ejercitó Lovecraft y lo mantiene todavía vivo bajo el brazo de alguien pálido: ya viene, ya viene, se acerca. La amenaza desplaza inmediatamente la acción hacia el peligro, la lleva hacia el borde del campo de batalla. Perfecto. La potencial víctima aprieta los dientes y mira con un poco de recelo. La amenaza es ese elemento filoso que dibujará el recuerdo, así que cuidado.
La lección de anatomía. Disecte, delimite, describa. Cuente lo que está ocurriendo, como si su pareja fuera ciega/parapléjica/tetrapléjica, como si su relato fuese la única cosa que él/ella/eso pudiese sentir. La realidad está sobrevalorada, así que no se deje amilanar por ella. Amplifique/mitifique/engañe. Sea minucioso, detallista. Que en la cabeza/cuerpo del otro no quepa nada más.
Garrote/zanahoria. Insulto, luego elogio. El insulto dirigido a las cualidades morales, el elogio a las físicas. Lo contrario es un desastre seguro.
Ajustes auditivos. El tono, el volumen y el ritmo son importantes. Busque, indague, ecualice. Termine las afirmaciones con una pregunta, con un tono ascendente.
Retroalimentación. No. Aunque lo haya ensayado con su muñeca inflable/vibrador favorito, no puede sonar así. No es un mal doblaje de una película porno, aunque eso pueda tener su qué. Tiene entre sus brazos la mejor herramienta de rating jamás inventada. Ocúpela. Sea sensible a las respuestas. Pero si no las hay, tampoco pierda el tiempo. Mejor darle cerdos a las margaritas que margaritas a los cerdos.
Del repertorio. La inspiración puede venir de cualquiera de los reinos que pueblan el mundo: animal por supuesto, vegetal sin duda y mineral con un poco de imaginación. Santos y apóstoles suelen acudir con facilidad, dependiendo por cierto de la educación recibida y completamente independientes de las convicciones presentes. Invocaciones a los padres y parientes sólo entre trópicos, por favor. El mundo culinario es una fuente inagotable de recursos, y en estos tiempos de crisis puede acudir a terminología bancaria, que da muchísimo morbo. Si mantiene un lenguaje perfectamente pulcro se puede permitir unas groserías completamente espeluznantes.
De la narrativa. Si la atención decae, de un golpe de efecto. Si está yendo por el camino equivocado, perdone la palabra, recule.
Ante todo, no pierda la fe en la literatura. Si en el momento crucial tiende a volverse escéptico, piense en la cantidad de novelas de viajes que se hicieron entre cuatro paredes, los imperios construidos en base a entelequias, los comentaristas de deportes que engordan en sus sillones, los críticos de cine incapaces de filmar con interés el cumpleaños familiar. Entre sus labios está una poderosa arma. Además, por supuesto.
(originalmente en Revista Plagio)