Cuando los lacontes, pueblo siberiano, encuentran un oso, se descubren la cabeza, le saludan, le llaman jefe, viejo o abuelo, y le prometen que no le atacarán y que jamás hablarán mal de él. Pero si da señales de tener intenciones de arrojarse sobre ellos, le disparan, y, si le matan, lo parten en pedazos, lo asan y se regalan con su carne hasta agotarla, sin dejar de repetir: “No somos nosotros los que te comen, sino los rusos.â€
A.-F. Aulagnier, Dictionnaire des Aliments et des Boissons
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