Cuando hablamos de pornografía hablamos de una pulsión, una provocación, y un límite al mismo tiempo. Una llamada a hundirse y un borde, un colapso de forma y ausencia que no se resuelve. No querría invocar, por manidos, a Apolo y Dionisios pero digamos que si estuvieran fornicarían pero con condón, o estarían vueltos a lados distintos de la cama, como cuando ese ignorar al otro te lo hace irremediablemente presente. El medio mismo se vuelve pornográfico, pero la palabra pornografía no alude al medio sino a la relación. La pornografía por definición interpela, pero restringe. ¿Es posible la pornografía en vivo? Sí, sólo si te está prohibido participar. Es por eso que sería correcto hablar de pornografía en relación a ejemplos no sexuales, como con la violencia. O cualquier otra manifestación más que mediada, limitada en su experiencia, y al mismo tiempo tan invitante. La pornografía abre esa puerta que debes mantener generalmente cerrada, pero tiene vidrio.