Mi amiga instantánea me cuenta de una amiga suya dominatrix, que se queja de lo rutinario de su trabajo. –Rutinario? dice mi amiga. –Sí, dice la dómina, todo el mundo busca exactamente lo mismo, nadie trata de encontrar algo realmente vital. Quedan entonces en que cuando excepcional le pase a la dómina, le contará. Y sucede: este cliente quiere ser ‘el hombre torso’, y pide ser amarrado para sentir que no tiene piernas ni brazos. Ya. El problema es que este hombre se toma demasiado seriamente su rol y queda absolutamente inexpresivo. Ella usa todo el equipamiento del calabozo (el lugar donde trabaja) y el hombre torso nada. Aplica su rutina de humillación. El hombre torso, nada. Cero reacción. Lo golpea. Nada. La dómina se aburre. Decide subirlo rodando escalera arriba hasta un balcón exterior en el mismo calabozo. Cuando llegan allá, ella ve caer un líquido sobre el inexpresivo hombre torso. Mira hacia arriba y hay dos mapaches en una rama. Mapaches, sí, con antifaces. Acto seguido, el mapache defeca y todo cae sobre el hombre torso. Y el hombre torso? Nada, el hombre torso no dice nada. Adios, dice ella, Fellini habría matado por esta escena.